Querido diario, tengo algo que
contarte:
hoy me tropecé con los sueños
que alguna vez olvidé.
Me la pasé caminando en
círculos,
me vestí con la noche y salí
a buscar a la enfermera, que
con sus labios
pudiera curar las heridas que
le inventé a mi piel.
Le pedí a las brujas, regalarme
la
belleza del príncipe que al
final del cuento
es un sapo, pero un sapo feliz.
Me hice amigo de los tragos,
me hice amante de la amante
del que no ama, pero busca
hacerlo.
Jugué con los corazones de dos
santos
que ya eran santos desde
mucho antes de irse al cielo.
Me enamoré de la sonrisa de una
virgen,
toqué su muslo desnudo, la besé
y desnudé, luego, todo su
cuerpo.
Robé caramelos, monedas,
paz, besos, caricias, sonrisas,
joyas, vidas y almas.
Dormí con la muerte,
se la entregué a otros.
Le tomé una costilla y sembré
un árbol de frutos muertos.
Aprendí de la vida lo que sé de
bondad — ¡nada!—
Quisiera decirte muchas cosas
más, pero
tus páginas pesan mucho, incluso apestan,
¡no te soporto!
Pensándolo bien, querido
diario;
¡Puedes irte al infierno!
Pero quédate cerrado, porque
si llegara a leerte el diablo,
vendría con toda justicia a
reclamar mi eternidad…
Y yo ya no tengo tiempo sino
para comenzar a vivir,
y hablar de sonrisas en esta
última
página que te he arrancado…
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