Hay que pintar ideas, hay que
desnudar a la fantasía.
Hay que vivir un poco y soñar
el doble
sin cerrar los ojos.
Al aullido del lobo, hay que
ponerle una luna
para tener una noche perfecta.
Si el pez está en el agua, hay
que acostarlo
en la arena para que respiremos
drama.
Le escribo al que reza, al que
duerme, al perdido,
al que siempre encuentra aunque
no sepa buscar.
Al vivo, al muerto, al
borracho.
A la grosería que me devuelve
el espejo por las mañanas.
A las noches de hotel con la
antigua desconocida,
a los viernes oscuros que me
vieron salir del Baúl o del Dalí
Dejemos que sean ellos los que
cuenten si besé
o no a mis acompañantes.
Puedo escribir también de
angustia,
de desesperación, de cómo se
sienten sus lenguas
recorriendo mi columna, mi
mirada.
Del horrible sabor de sus
salivas pegadas a mis mejillas
y habitando bajo mi lengua.
De sus hediondos alientos
marchando de mi boca.
Pero no, no hablaré más de
ellas porque son muy buenas amigas mías.
Comienzo a escribir de dolor y
aún no me encuentro listo.
Aún no he aprendido a llorar,
pero creo que me falta poco.
Aún no me arranco la cara, pero
ya están creciendo mis uñas.
Prefiero que leas mi sonrisa,
que notes la emoción en la
línea de mis dientes domesticados
para no clavarse en mis labios
en momentos pesados.
Prefiero seguir escribiendo de
lo que no sé nada
para que no me arda cuando lo
lea unos días después.
Prefiero escribir de dolor sin
decir una sola palabra…
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