Huele a muerte mi cuerpo
vaporizado en alumbre.
Con cada hueso roto,
con las palabras enterradas en
mi garganta.
Hiede a muerte mi alma,
apesadumbrada en la extinción
de otros alientos.
Refugios del tiempo, aves
negras rompiendo
el sinuoso ocaso.
el sinuoso ocaso.
Viajan dentro las cortes del
mal,
hacia mi encuentro, hacia mi
vida.
Y descubro que hay soles ahí
que lo queman todo, lo bueno y
lo malo.
Que se funden los pecados y las
virtudes.
Un rayo divide los cielos y se
muestran
las caras de los muertos que me
habitan;
me saludan cada día, me
desvisten cada noche.
Bailan en mí, se muerden como
ratas,
duermen mientras duermo, y
puntualmente
despiertan tras mis ojos.
Llenando canastas de hambre de
otras bocas,
me besan por la tarde y roban
alimento para mí.
Y como, desde dentro, mis
regalos:
Cansancios de Dios vueltos
vida,
cenizas de amor, penas por
libertad,
amenazas de mudez perpetua.
Afuera... están mis labios y
mis dientes
intentando sonreír...