Para la que se fue sin pies y
sin ropa.
La que no pidió permiso para
irse
y se fue masticando un trozo
del corazón que
nunca dejó pagado.
Sólo era espuma sobre el café
del desayuno,
sólo era agua bajo las
flores frente a mi cristo.
Le puse un altar mientras se desnudaba,
toqué las campanas del cielo
entre sus senos.
Cantó su silueta tras la
ventana baladas de cera,
lamentos de amor retrepado en
la azotea,
metido en bolsas negras que le protegieran
del sol.
Lo último que vi fue su espalda
recta descender por la escalera.
Se me hizo añejo el tiempo
pensándola en el vestido oscuro de la noche anterior.
Era bella, la más bella, pues
era mía.
Se fue derritiéndose la mirada,
caminó entre la hierba,
se hizo de noche, sin aroma,
sin tacto, sin el cielo que vivía en sus ojos.
Ahora es sólo una nube mordida
derramando el agua de su orgullo…
Poema de media noche para la
que falta en mi cama,
para la que amo a muerte,
aunque no lo sepa,