Como la delicada vida del poeta
que percibe temblores en el aire
en el agua, en el amor y en su alma
Me quedo roto, irredento
como un grito en el sosiego
Mirando la luna
sentado bajo el sombrero
con los ojos aguados
brillando como perlas por la noche
Con los labios como tenso arco
esperando la señal para disparar
sus besos
Aguzando la vista
para ver correr el tiempo
de otros tiempos,
de otros sueños en otras manos
y de otras manos bebiendo
Alimentando almas sinsabores
Regando azúcar sobre pieles
de mujeres que en el calor del infierno
están ardiendo y aún así van rezando
Dejando oír su voz lentamente
como abrazando cada palabra,
amándola antes de pronunciarla
y dejarla en libertad de ir
donde le dé la gana
Bebiendo de rodillas ese néctar
que le da cada segundo estrujado
entre sus párpados que al final del día
sabrá otra vez a sal
Esos poetas deberían irse de aquí
sufren más que los demás
ni ganas tienen de vivir
sino de contagiar su soledad
Son adictos o viles enfermos
moribundos regalando su inútil vida,
ladrones de miradas y latidos
constructores de falsos amaneceres
Ellos deberían irse
todos me dan desconfianza
todos me hacen temblar el alma
porque todos son igual que yo…